Es muy posible que si Roberto Cerdá, director de “La nieta del dictador” que Ramón estaba interpretando en la sala “Sol de York”, no le hubiera llevado a urgencias del hospital Jiménez Díaz aquel miércoles de mayo, muy bien podía haber fallecido en la silla de ruedas donde interpretaba el que fue su último papel. Tal era su devoción casi religiosa hacia su profesión. Todos sus amigos de tantos años éramos conscientes de que estaba muy enfermo, solo él parecía o fingía (nunca lo sabremos) ser ajeno y se negaba a cualquier insinuación sobre marcharse a Valencia con su familia. Yo ahora pienso que en su fuero interno él sabía que ese viaje era un viaje sin retorno y no quería de ninguna manera admitirlo...
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